miércoles, 17 de enero de 2018

PERDONAR ES HUMANO
                                                                “…y Dumas tuvo que seguir viviendo sin su olla.”
                                                                               (Tom Reiss – El Conde Negro)


Inserta en una inalcanzable nebulosa cósmica que jamás será visible para el lente humano, agitando sus pasiones en un pequeño planeta atrapado en las redes gravitacionales de una estrella singularmente parecida a nuestro Sol, una humanidad análoga a la nuestra desplegaba torpemente su aparentemente vana e insignificante vitalidad.
Pero obviamente el Ojo Vigía de la Divinidad velaba sobre ella.
Particularidades propias de lado, el período por el que atravesaban sus instituciones resultaba en un todo equivalente a nuestro tardío medioevo.
Había allí una ciudadela fortificada. Una gruesa y alta muralla la circundaba. Por motivos de seguridad su único portal - exageradamente estrecho - solamente podía ser atravesado por una persona a la vez.
Las casas familiares que dominaban el recinto citadino eran dos, y estaban constantemente en pugna.
A las aspiraciones de cada una de ellas se adherían voluntariamente, como ayer a nuestros florentinos Bianchis y Neros, los atribulados pobladores, enredándose en discusiones y reyertas que no tenían fin, y que naturalmente ingresaban, de modo cíclico, en un crescendo que fatalmente desembocaba en una carnicería.
Si de vez en cuando se daba algún exilio “político”, digamos que los príncipes de esas Casas siempre se las ingeniaban para ser “restablecidos”, y de tal modo la lucha por el poder se perpetuaba.
La pequeña ciudad estaba, en el momento de mi relato, a punto de sumirse en una de estas guerras internas.
Pero no era una más; esta vez las diferencias suscitadas generaron los odios y rencores más amplios que puedan darse dentro de una comunidad, y la población entera estaba dispuesta a la recíproca autoeliminación sin solución de continuidad, hasta el agotamiento mismo de toda su fuerza vital.
En lo altísimo, visualizando esta ocasión, el Uno la hizo propicia de encomienda para dos de sus divinos misioneros, dos arcángeles, dos seres superiores consagrados por los óleos de la Perfección Moral y el Poder Consecuente que es competencia de su evolución.
Para que nosotros, terráqueos, podamos comprender cabalmente la elevación, la estatura ontológica, la dimensión existencial de estos dos seres diremos, por ejemplo, que ellos habían recorrido toda la Rueda del Samsara, habían superado los tres órdenes de la jerarquía kardeciana, y pudieron ascender los ciento veinticinco escalones y atravesar los cinco Mundos de la Kabbalah.
Ellos debían descender frente a la estrecha puerta del muro, y, según los planes divinos, al atravesarla tomar la apariencia humana, para infiltrarse cada uno en cada bando antagónico y así, con la autoridad de sus palabras y la prodigiosa ascendencia de sus naturalezas, guiar a ese poblado irracional hacia la reconciliación a través de las fórmulas que suelen prescribirse para estas cuestiones, a saber: tolerancia, respeto, aceptación, diálogo, y sobre todo mucho, muchísimo Amor.
Y fue entonces que un leproso, quien por su enfermedad formaba parte de los expulsados de la comunidad, arropado malamente y escondido entre unos altos yuyales, observó sin proponérselo, en una clara noche de luna, la materialización, en radiante condensación y a la puerta misma de la ciudad, de las dos sublimes personalidades.
El enfermo fue entonces testigo involuntario de una situación insólita: cada uno de estos dos seres, enfrentados a la puerta unipersonal, dada su inconmensurable elevación, su asumida falta absoluta de egoísmo y su infinita humildad, permanecieron vacilantes cediéndose el paso el uno al otro el suficiente, precioso y apremiante tiempo en el que el odio, detrás del muro, lo consumía todo, en un finalismo abrasador.
Ninguno de los dos se animó a pasar primero, porque el hacerlo suponía tomar respecto al otro una preeminencia imposible de digerir en sus perfectos intestinos angélicos.
Ninguno de los dos quiso llevar esa mancha en su corazón.
Ninguno de los dos osó adelantar un sólo dedo del pie.
La plenitud de sus almas perfectas fue la causa eficiente de sus parálisis.
Entonces ambos cruzaron una sorprendida mirada de celestial desaliento, pues rápidamente se dieron cuenta de que ellos también habían sido, de tal modo, egoístas en la suprema hora de la encomienda. Infinitamente apenados tomaron entonces la decisión de renunciar a tanta perfección y, haciendo un uso postrero de sus poderes angélicos, se dispusieron inmediatamente a reiniciar la rueda, quedando convertidos en piedra en el mismo sitio donde se habían apeado de las seguramente lustrosas pero invisibles pelambres de sus Pegasos.
El leproso corrió a contar esto entre sus iguales, pero en las afueras de la ciudad sus hermanos estaban demasiado entretenidos viendo con asombro como por dentro de los muros todo ardía y se consumía, y los gritos de la gente, esa fatídica noche y desde el interior de ese infierno, aún tapaba la débil vocecita del pobre hombre.
Sin embargo había también entre los expulsados algunos niños que la oyeron vagamente, y en la madrugada, mientras todavía crujían las brasas, fueron llevados por su curiosidad al sitio donde esas dos imponentes estatuas angélicas pagaron el precio de su perfección y pactaron un suicidio, si no de sus almas, si de sus categóricas conquistas
Ahora ellos han vuelto a vivir la vida mineral.
Esos niños conservaron el relato, y el relato se convirtió en una leyenda comunal. Además lo enriquecieron con su fantasía para que nadie ose mancillar un solo átomo de las divinas esculturas para las cuales procuraron dos rústicas rocas aplanadas, como único y pobre pedestal, de modo tal que las figuras apenas sí se levantaran unos pocos centímetros del suelo.
Cuando crecieran - soñaban - sus ojos querían estar a la misma altura que los ojos de granito.
Pero la Lepra se anticipó a ese sueño infantil que elevó a dos ángeles de piedra unos pocos centímetros hacia la dirección del Cielo.
Luego sucedió lo que siempre sucede y nunca deja de suceder: el Tiempo.
Con sus interminables odios, con su carga de envidias y de malas miradas, dentro de la ciudad poco a poco la vida comenzó a florecer nuevamente, y con el paso de los años los dos bandos se reconciliaron y se perdonaron los unos a los otros sin dejar de reconocer sus diferencias ancestrales.
El comercio se expandió, las peleas de algún modo se institucionalizaron, nacieron industrias y una forma de estado - cuando no – apremia hoy allí, como en todos lados, a los revoltosos y los alinea con el resto de las personas.
Las situaciones y las relaciones siguen produciéndose y reproduciéndose mayormente en base a los egoísmos y las diferencias, pero en la combustión del motor de la vida todavía el viejo y olvidado sentimiento del Amor, allá lejos como acá cerca, podemos decir - con una falsamente enriquecida generosidad - que sigue aportando su dos por ciento.
Las paredes, las antiguas paredes de aquella ciudad fueron hace siglos derribadas por impulso de la expansión que produce el progreso y hoy solamente se conservan como reliquias históricas, en lo que vino a ser un inmenso parque en el centro mismo de una grande y luminosa metrópolis moderna, un viejo y angosto pórtico con los pobres restos erosionados de dos estatuas angélicas que lo enfrentan.
Todas las mañanas, como en las peores comedias, algunos perros vagabundos orinan en sus bases, marcando sus territorios.
Y Dios no es Wilde.
Yo tampoco.
                                                                                                  Daniel Pablo Signorini

domingo, 18 de septiembre de 2016

LA ESTRELLA DE LA COMUNIÓN


LA ESTRELLA DE LA COMUNIÓN



Sobre la testa de la Humanidad brilla la Estrella de la Comunión.
No se trata de una ceremonia litúrgica ni de un astro que resulte visible al ojo o al instrumental humano. Solamente opera como fuerza gravitatoria tenue, como voz interior, como posibilidad, al corazón que presiente su Misterio.
Y es tenue porque prefiere esperar que seas tú mismo quien coloque allí sus propias fuerzas de rechazo y de atracción.
Dentro del inexorable círculo que atrapa al Hombre en las Leyes de su “espacio-tiempo” es el sentimiento, antes que la razón, quien debe dar el salto.
No hay hostia que consagre ni lente que avizore.
Sólo la mirada interior.
La Ciencia Humana, en constante progreso, se encuentra además limitada por su necesidad de expresión.
La Palabra, el Símbolo y el Número, el Sermón y la Parábola, la Ecuación y sus Incógnitas, resultan los nobles instrumentos que alejan la Nave de la Incomprensión del Puerto de la Ignorancia, ganando terreno a lo Desconocido.
Es absolutamente legítima y necesaria la ciencia “oficial” humana que desarrolla en cada área del conocimiento las soluciones y las explicaciones que el Hombre necesita.
Los paradigmas de la Ciencia Humana cambian con las épocas, se vuelven más y más pretenciosos y abarcadores, y así el hombre deposita una confianza ilimitada en las posibilidades de su propia razón.
Sin embargo, nadie que no sea un necio puede dejar de admitir la insuficiencia y la incapacidad  que resulta de su propia naturaleza, para poder explicar TODOS los Misterios de la Existencia.
Un eslabón se encadena a otro y se forman extensos collares de razonamientos que caen inmediatamente en los anaqueles de la Historia en cuanto un nuevo concepto, una posición original, retrotrae nuevamente a la razón humana al punto de partida para recomenzar el camino, tal vez, munida de una nueva teoría que realizará el intento con la que la anterior fracasó.
Pero no, hermanos, no…
No es solamente eso lo que cerrará alguna vez  el círculo de la comprensión.
Sólo la mirada interior.
Los instrumentos comunican, las imágenes conmueven, las retinas se impresionan, pero todo lo que al Hombre le es dado ver de las profundidades recónditas del Universo se rige por iguales coordenadas, responden a las mismas vibraciones, se componen de los mismos elementos que la ciencia humana mensura y conoce de su propia casa.
Las sondan amplían apenas imperceptiblemente el panorama del Infinito y por aquí y por allá saltan al ojo asombrado del astrofísico las portentosas visiones de la Ingeniería Cósmica que él tal vez considera un territorio virginal, y no es otra cosa que un jardín muy bien cultivado.
Si otras fuesen las coordenadas que rigen a semejantes sistemas, si dependiesen de otras leyes diferentes a las que imperan en los niveles de vibración donde el humano puede actuar, no sería entonces el infinito ni parecería una extensión ilimitada. Precisamente lo es porque se nos presenta bajo iguales condiciones aquí y a cien mil millones de “años luz”.
En los terrenos del microcosmos la ignorancia sobre los límites no es menor, y la física cuántica ha comenzado a conocer que las partículas “direccionales” pueden transformarse en “discrecionales” al oponerles una encrucijada. Un nuevo desafío de incertidumbres y asombro llama a la Puerta de la Ciencia Humana.
Pero: ¿No fue la Inteligencia de los Elementos visibles e invisibles la que ha formado al Hombre en su biología antropomórfica?
No ha sido al revés.
No entendemos, entonces, tal asombro.
Pero sí podemos comprender su incertidumbre en términos del debilitamiento que el muchas veces engreído ser humano atribuye, en su permanente egoísmo, a aquellas razones que brindan un sólido sustento a las posibilidades de intervención de fuerzas “ocultas” que son hoy apenas esbozadas en sus primeras letras por disciplinas que algunos (no todos) “científicos de raza” denominan o caracterizan despectivamente como “pseudociencias”.
¿Cómo pueden afirmar tal aserto cuando ellos mismos comprobaron que en el Universo visible actúan fuerzas gravitatorias que provienen de una masa predominante de materia oscura que es, por el momento, absolutamente indetectable?
Porque mal que les pese a tales científicos los Elementos  visibles e invisibles “actuaron y crearon” con y por razones que permanecen ocultas a su intelecto, el Universo que apenas comenzaron a desentrañar, mientras los espiritualistas, enrolados en las filas de un conocimiento multiperceptivo, humildemente resaltan el hecho de que falta aún la aprehensión cabal del sentido, del objeto finalista y creador de uno de esos elementos, el más importante de todos en el estadio comprensivo actual de la raza humana.
El corazón.
El sentimiento.
El latido que tú representas como Ente “en y de” la Inmensidad, ese que en boca del gran Pascal “tiene razones que la razón desconoce”.
Se ha dejado dicho en el laboratorio de Marcelo Bassi: “El hombre no debe sentirse autorizado a realizar todo aquello que la tecnología pone a su alcance”.
Hoy la Ciencia Humana aplicada a nociones alejadas del sentimiento del AMOR pone en riesgo la vida misma en el planeta, envenenando su medio ambiente.
Se ha avanzado hasta en la creación de armas climáticas.
La Ciencia que hace creerse al Hombre un Dios es una aberración a los ojos de lo Invisible y no formará NUNCA parte de los núcleos de Conocimiento que se mueven en una perspectiva diametralmente opuesta.
Desde las apenas recientes (en términos históricos) pero ya descartadas viejas cintas grabadoras analógicas hasta las vastas unidades de memoria cibernética - devenidas de las propiedades de algunos cristales -  el hombre ha atesorado para sí, para su reserva cientificista, y para su propio entendimiento, una miríada de datos que tienen la osadía de desafiar a los imperceptibles gránulos del Tiempo, que sepultan con lentitud inexorable, bajo capas sucesivas, la Historia de miles de civilizaciones materialistas como esta, o que lo hacen de improviso, con apenas un estornudo de la Naturaleza que las circunda.
Deidad pequeña e intrascendente el Humano que, contrariando las enseñanzas de su Maestro, sigue atesorando donde la corrosión tiene su Imperio.
El mero capricho de uno solo de los virus o bacterias que lo rodean puede llegar a exterminarlo, a borrarlo de la superficie del globo, en apenas días.
Si cualquier tipo de minúsculo insecto le declarara la guerra sucumbiría rápidamente.
Pero no son los microorganismos, ni los insectos, ni la flora o la fauna terrestre o marítima quienes – agentes del desequilibrio – se salen por completo de sus cauces existenciales para, asignándose arrogantes una inteligencia superior y distintiva, amenazar de muerte al Planeta, o a la presencia en él de alguna especie.
Sólo el ser humano.
Como dijo aquél filósofo: “El Hombre es el Lobo del Hombre”.
No Hermanos, no es así como encontrarán las respuestas.
Sólo la mirada interior.
Sobre la testa de la humanidad brilla la estrella de la Comunión.
Tú eres un ser TRIPLE.
Tienes, en primer término, disposición pasajera de un grupo organizado de elementos que han sido dispensados por ese Universo que tratas de interpretar y sondear.
Pero te has olvidado de interpretar y sondear el Universo más importante: el universo íntimo.
¿Cuál será su Naturaleza?
Amigo, Hermano, no está hecho de los elementos que impresionan tus cinco sentidos.
Diré, en segundo término, que tienes además un ALMA.
El alma es doble, lo cual completa la trilogía conformadora del ser que eres. Tu alma es tu ESPÍRITU, tu YO ESENCIAL VOLITIVO y EVOLUTIVO,  “más” su ELEMENTO IDENTIFICATORIO, al que algunos llaman “cuerpo astral” y otros “periespíritu”.
Este último es de naturaleza material, pero su materialidad es sutil, y en condiciones generales absolutamente imperceptible en términos de sensibilidad corpórea exterior.
En condiciones particulares puede materializarse por completo en el mundo humano visible o producir allí fenómenos de aporte que pueden llegar a ser permanentes. Pero esas propiedades del periespíritu que hasta cualquiera podría denominar, con sarcasmo, “mágicas” no son las más importantes ni forman parte de sus funciones específicas. No se pueden reducir simplemente a un acto circense. Ese tipo de manifestaciones son restringidas y acotadas a circunstancias especialísimas.
Como dijo ese gran Maestro: ninguna entidad espiritual puede ser capturada o se pondrá voluntariamente dentro de una probeta para que el Hombre la estudie.
Ninguna. Ni de las menores ni, obviamente, de las más elevadas.
Los métodos de estudio de tales ciencias serán, entonces, diferentes a los de la Ciencia Convencional Humana.
Y sus relaciones con aspectos más profundos y certeros de la Creación serán también logros a tener en cuenta en la evolución del hombre.
Si el ESPÍRITU fuese únicamente la chispa vital que Dios separó de su Seno con voluntad de crear un Hijo, aquella no tardaría en volver a integrarse en el TODO DIVINO.
Esa chispa debe adherir a sí misma, del plano pertinente en que actuará, una delgada lámina etérea tomada de la mediante radial vibratoria en la que quedará registrada e individualizada su trayectoria desde incipiente esbozo vital, a lo largo de toda su evolución, pero sólo dentro de ese planeta o de los que vibran en afinidad equivalente.
De tal modo, el sencillo y popular adagio conformista del “algo es algo”, adquiere una relevancia filosófica esencial, y campea soberano sobre todo horizonte ontológico.
Eres “algo”, aún después de la desagregación de tu cuerpo humano en los brazos de la descomposición y de su transformación y su vuelta a los elementos.
Entonces, si miras profunda y atentamente dentro tuyo te darás cuenta de que has sido dotado de “alma” porque en tu interior vibra un espíritu al que una presunción natural, que es la voz de tu conciencia, caracterizará como inexorablemente identificable ante los ojos de su Creador, y comprenderás aún que tu Padre también quiso que en ese espíritu - provisto de una corporeidad especial asignada específicamente - también latiera un corazón, y que ese corazón, y no otro, FUESE EL ELEMENTO SENSIBLE QUE GRABA DE MODO INEVITABLE Y PERMANENTE TODO LO QUE HACES Y TODO LO QUE PIENSAS.
En él quedan absolutamente registrados no sólo los hechos que has acometido, sino incluso las omisiones, y aún los sentimientos que han dado nacimiento a cada uno de tus actos sobre el planeta en que te ha tocado realizar tu experiencia de vida.
Cuando te toque entregar los elementos groseros que te conforman al también grosero “espacio-tiempo” al que la egoísta e inquieta inteligencia humana ha dado la prioridad investigativa y sobre el que ha dirigido la casi totalidad de sus lentes; cuando te toque regresar desnudo de ese ropaje ambiental al mundo verdadero, sólo lo que lleves GRABADO en el corazón de tu Alma será tu carta de presentación, será tu pasaporte, tu visa, tu asiento, en definitiva, en la hilera de butacas interminables que posee el escenario de la Vida.
Pero no estarás allí únicamente para sentarte. Se te solicitará aún que te pares sobre ella para mostrar a todos quién eres y por qué ocupas tal lugar.
Se los explicarás a todos tus guías y, al hacerlo, seguramente también te lo estarás explicando a ti mismo.
En eso consiste la Justicia Divina.
No necesitarás ni siquiera hablar. El único alegato que podrás dar es el contenido mismo de tu corazón espiritual expuesto ante el Padre o ante sus Emisarios Guías.
Allí comprenderás que tal butaca es pasajera, y que también como sucede con las cintas de audio o de video, como los discos rígidos, como los pen drives, el interior de uno mismo se puede formatear, no sin arduo trabajo y esfuerzo,  para volver a cargar allí los archivos de una nueva etapa, desechando los que ya nos resultan inservibles.
Y la buena noticia es que no necesitas esperar el viaje final para comenzar ese trabajo.
Hoy, ahora mismo, elabora un plan, identifica algo de ti que sabes que constituye un proceder erróneo, no porque lo diga la Ley humana, sino porque te lo dice un Dictado de tu propia Conciencia, y alivia de tal modo el peso para cuando emprendas el regreso a la Patria Espiritual de la cual provenimos.
Te sentarás unas butacas más cerca del Padre, pero, obviamente, no pensarás que vas a quedarte allí sentado para siempre.
Seguramente entusiasmado saldrás de esa hilera de butacas y pedirás sinceramente, frente al Divino Escenario, una nueva oportunidad.
Una nueva experiencia para crecer hacia el interior de ti mismo.
Y de esa experiencia saldrá la MISIÓN, el ENCARGO, el TRABAJO, la CARIDAD, la PROVIDENCIA EN EL OTRO, de las divinas promesas del AMOR convertidas en REALIDAD a través del SERVICIO.
En el Cielo y en el mal llamado “Infierno”, amigos, hay muchísimo qué hacer.
Y como reza la excelente frase psicografiada por Chico Xavier…“cuando el Servidor está preparado el Servicio aparece”.
Porque “el Cielo” no es, como ustedes dicen, un lugar donde se descansa en paz, sino un lugar donde se trabaja en paz, y mucho.
Y el Infierno, el único Infierno, no es otro que arribar a la Patria Espiritual con un corazón cargado de miserias y crímenes.
Allí es donde los misioneros trabajan, y asisten a los arrepentidos sinceros y confesos que deberán realizar el trabajoso pulido de su espejo interior para reflejar finalmente, luego de rendir las pruebas acordes a sus faltas, las glorias del Cielo.
Amigo, Hermano, los Jardineros del Espacio Cósmico no tienen otro origen diferente del tuyo.
Ellos saltan inmediatamente desde sus celestes trampolines para nadar al rescate de los náufragos espirituales. Se empapan a tu lado bajo la arrolladora tempestad. Lloran contigo, aunque no los veas, por tus caídas y tus fracasos, y se alegran, ni imaginas cuanto. de tus aciertos.
El regocijo que reconoce ese origen sólo puede darse dentro de una comunidad de AMOR CRÍSTICO.
En tu desamparo solitario llámalos apenas con un pensamiento de AMOR,  y vendrán enseguida a tu encuentro.
Muchos de ellos no son otros que las mismas personas que has amado y que te amaban.
Presencias que has creído te han sido irremediablemente arrebatadas por la muerte.
No fue así. Te siguen amando. ¡Nada cambió!
No realizan MILAGROS, pues NADIE tiene tal potestad. Tampoco se han transformado en una suerte de semidioses sabelotodo.
Nada de eso. No se pueden vulnerar las leyes establecidas por Dios ni sus graduaciones, como tampoco los designios de un acaso que seguramente te ha sido contrario no por fatalismo sino como asignación a consecuencia de tus propias contramarchas.
En eso también consiste algo que se llama Gracia, y que lograrás si superas tales pruebas
Tus espíritus guías y/o protectores no podrán brindarte soluciones milagrosas, pero ellos sí lograrán, en cambio y si los invocas sinceramente desde tu corazón, hacer nacer en ti un pensamiento positivo. Ellos asisten a los seres que toman seriamente la responsabilidad de su íntima transformación,  y les dan nuevas fuerzas para seguir con esperanza y renovada alegría el camino, con la certeza en los queridos reencuentros, en la seguridad de que todo ese DOLOR que ha atravesado tu alma, de que esa CARENCIA que te ha castigado a lo largo de todo tu pasaje terrenal, de que esa mala suerte reincidente que pareció ensañarse contigo y con tus proyectos, han constituido, en definitiva, las HERRAMIENTAS NECESARIAS para tu crecimiento espiritual.
Para los seres que han tomado conciencia de ella y se han propuesto encarar el camino de su propia elevación, la ETERNIDAD no es un campo de exterminio donde quedan sepultados, en los Pliegues del Olvido, los espíritus que la transitan.
La ETERNIDAD es un lugar de TRABAJO en COMUNIÓN.
Porque sobre la testa de la Humanidad brilla esa Estrella.
Si miras tu interior, si lo comprendes en su esencia y transformas adecuadamente, te darás cuenta de inmediato que SIEMPRE has estado bajo la protección de un Astro cuya Luz es un Centro de Irradiación Eterna; simbolismo conformado por los seres que integran las Legiones de la Luz, que asumen la divina misión del AUXILIO al hermano que transita, temporalmente, el camino de las Sombras, y lo cree interminable.
Entenderás además que los elementos que hoy impresionan tus sentidos humanos y que moldeas y ordenas bajo las reglas de la Ciencia o del Arte son simplemente accesorios de una medida instrumental transitoria, los cuales, no obstante resultar ser aún más ilusorios que las realidades espirituales que algunos se empeñan en soslayar, constituyen una nueva oportunidad de progreso que EL CREADOR te puso por delante para que, a la par de las dignísimas inquietudes propias de tu condición humana,  también practiques y fortalezcas activamente, desde ella, el saludable ejercicio de la FE.
                                                                                        
                                                                                        El Continuador 

                                                                               
                                                                                (en Castelar, el 18/09/2016)

martes, 30 de agosto de 2016

DESANDANDO EL INSULTO

Hola estimados amigos.
Este blog se llama "Palabra de Hermano".
He optado por ese título porque me pareció pertinente su apócope con el camino que deseo desandar.
En los países de habla castellana existe un insulto muy feo... ya saben, ése que se refiere a las madres y cuyo apócope es "H de P".
Pues bien, el apócope del título de mi blog es precisamente el opuesto, es decir: "P de H".
La violencia verbal, que general y habitualmente precede a la física, en muchas ocasiones se ha enseñoreado del espíritu humano en tanto se siente impotente para superar situaciones que lo exceden.
El hombre moderno, sujeto a los terribles vaivenes de su vida diaria y afanoso, como en todas las épocas, por su propia supervivencia, se ha olvidado, ha descuidado, por así decir, cierto aspecto de la cultura que se refiere a la edificación, a la construcción de su propio estilo de expresión.
No se ha dignificado el arte de la elocuencia a través de la mesura y el equilibrio en las expresiones.
Se ha vuelto insensible a absorber giros verbales que vienen acompañados por actos de cortesía, ocupando ese lugar, en cambio, la grosería, el desdén hacia los demás, la aparente fortaleza del que agrede y se siente seguro de sí mismo haciéndolo.
Esa conducta no puede recabar, final y fatalmente, ante un sincero examen de conciencia, sino en el propio menosprecio.
Un día habrá, para quienes así actúan, en que se darán cuenta de que han perdido un tiempo valioso.
Pero no interesa. Siempre se puede comenzar. Sólo basta un ansia lo suficientemente intensa como para determinar y definir un inicio.
Los mensajes que contendrá este humilde sitio, muchos de los cuales son envíos de amigos espirituales, están destinados a recuperar ese espíritu conciliador que duerme en el interior de cada uno, desandando el camino del insulto y cultivando, aún a pesar de los momentáneos desencuentros, un pequeño jardín de palabras a través de las cuales podamos reconocernos como hermanos.
Muchas gracias.